Esta ha sido la semana blanca… de los lácteos. Hemos visto publicados varios artículos relacionados con el blanco elemento, y se ha montado cierto revuelo entre los nutricionistas, ya que como siempre los medios de comunicación han tergiversado en sus titulares, o mas bien, no usado la precisión que corresponde.
Me refiero a: Milk intake and risk of mortality and fractures in women and men: cohort studies (se puede descargar libremente). En este trabajo, se siguió a dos cohortes en Suecia, de 61.433 mujeres y 45.339 hombres, durante 20 y 11 años respectivamente. Se estudió el riesgo de muerte por todas las causas, y de fracturas. Los autores encontraron una mortalidad aumentada para ambos sexos, siendo el riesgo para las mujeres que consumían tres o más vasos de leche al día, frente a las que consumían uno o menos, de 1,93. No se encontró una reducción en el riesgo de fracturas entre uno y tres vasos de leche diarios, ni para mujeres ni para hombres.
¿Qué echo en falta en este estudio? El grupo de personas que NO consumían leche en absoluto. ¿Por qué? Porque además de una relación dosis-respuesta, podría haber un efecto umbral, es decir, un nivel mínimo a partir del cual se produce un efecto determinado. Y no podemos saber si existe o no ese nivel umbral, si no añadimos en toda intervención u observación, un grupo de exclusión del alimento en estudio. Este es uno de los grandes problemas en nutrición: se asume la necesidad en la dieta de forma imprescindible de un alimento o grupo, a la hora de hacer estudios. Y se compara más leche, con menos leche; más cereales, con menos cereales, o con integrales; más carne, con menos carne; pero no se incluye un grupo control, en el que NO se consuma ese tipo de alimentos.
En este caso viene al rescate un estudio también publicado esta semana (aunque no cacareado en los medios) y precisamente también desarrollado en Suecia, titulado Lactose intolerance and risk of lung, breast and ovarian cancers: aetiological clues from a population-based study in Sweden (este no es de libre acceso). En este estudio, han tomado una opción muy interesante: estudiar la incidencia de cáncer en individuos intolerantes a la lactosa, que se supone tienen un consume reducido de lácteos frente a los no intolerantes. Incluyeron 22.788 individuos y encontraron que en ellos, el riesgo de desarrollar ciertos tipos de cáncer fue: pulmón (0,55) mama (0,79) y ovario (0,61). Además, compararon este nivel de riesgo, con el de los familiares no intolerantes a la lactosa, en cuyos casos, todos se acercaban al riesgo 1 (es decir, ni aumentado ni reducido con respecto a la población general).
Ambos son estudios observacionales, el primero basado en un cuestionario de frecuencia de alimentos, con las grandes limitaciones que esto supone para un estudio longitudinal con un periodo de desarrollo de la observación tan largo. En el segundo caso, se trata de una observación sobre el registro sueco de pacientes de Cáncer, que reúne datos de buena calidad, aunque sigue siendo un estudio observacional, en el que puede haber otras variables de confusión.
¿Qué sacamos de todo esto? Pues más estudios al cajón de la incertidumbre. Seguimos sin poder afirmar con rotundidad si los lácteos son o no beneficiosos para la salud. Hay estudios que apuntan en un sentido, otros en otro. En cualquier caso, el estudio de intolerantes a la lactosa es interesante en cuanto que ha tenido en cuenta ese grupo de personas que no consumen, o consumen de forma reducida lácteos (con la comercialización de productos sin lactosa, la ventaja de usar ese tipo de cohortes podría verse reducida). Sería muy de agradecer, que los estudios, sean o no de intervención, empiecen a incluir un grupo control de exclusión (controlando el efecto desplazamiento de otros alimentos, claro está).
Sobre la calidad de la evidencia alrededor de los lácteos, otro trabajo reciente: How sound is the science behind the dietary recommendations for dairy?. La conclusión: Faltan ensayos clínicos bien diseñados y con suficiente poder estadístico. Como en casi todo en nutrición.